“El tema del momento parece ser la familia disfuncional”
“No es ni la madrecita pura ni el monstruo: la realidad se maneja siempre en otro terreno”, dice la actriz, que pasa sin esfuerzo del registro cómico al drama y hace de la observación un rito.
“Mis últimos papeles han tenido que ver con alguien que no reconoce que uno es otro para el otro.”
Sus madres posesivas son vicios del mercado. Mirta Busnelli conoce esas reglas del tome y lleve personajes, un proceso menos dedicado al lucimiento de una actriz que a reproducir fórmulas probadas. Y no se lo sacarán más de encima, dijo el repartidor que entregó la seguidilla de papeles iguales: madres fronterizas que perdieron toda compostura para Leonor Manso; madres desmesuradas, adictas al alcohol y los excesos para Cristina Banegas y, claro, las chicas de Busnelli en Los padres terribles (teatro), Las mantenidas sin sueños (cine), Mujeres asesinas (TV), con todo en común: “Los hijos como prolongación de una mujer; qué le pasa al otro cuando es tan fácil abusar de ese poder que no sólo daña al hijo, sino a la relación”, dice. En Los padres terribles (dirigida por Alejandra Ciurlanti, los viernes y sábados a las 21 y los domingos a las 19, en el Teatro El Cubo), la madre ha constituido un eje para su vida en el otro parido: eso la constituye para moverse en el mundo y desencadena una serie de desgracias.
Tal vez su protagónico en la obra de Jean Cocteau sintetice su tendencia a fundir tonos: aquí, es la capacidad de fusionar el vodevil con la tragedia, como sucede en esta estructura de comedia de puertas que se abren y se cierran aplicada a narrar la pasión de madre e hijo (Nahuel Pérez Biscayart), los dos en tránsito riesgoso entre el grotesco de la composición de personajes al drama de la aparición de una tercera (María Alche) que se interpone en el vínculo. En el principio, la lectura de la obra le presentó algunos problemas: el texto que escandalizó en
“Si bien el conflicto es eterno, me parecía muy largo y en un formato no atractivo para este momento”, dice. “Al principio tuve una pequeña decepción, pero me pasa mucho. Me gustaba mucho el grupo. Biscayart es un actor especial, y quería que estuviera en el elenco.” La plasticidad de la directora, una dinámica de aporte conjunto, la colaboración del adaptador Ignacio Apolo fueron diseñando la cadena de operaciones en torno de no reiterar lo ya dicho. “No es podar –sigue Busnelli–, porque parecería que uno se pone por encima de los autores. Y hay gente que es muy celosa de sus textos. Teníamos que encontrar un lenguaje teatral, que fuera nuestro, de este momento. Tiene una forma melodramática, y eso que nos resultaba un problema se convirtió en una afirmación.”
–¿Qué otros aspectos conectan a sus madres del cine y el teatro?
–Mis últimos papeles han tenido que ver con alguien que no reconoce que uno es otro para el otro. También en Las mantenidas sin sueños (de Vera Fogwill) está la idea de que nosotros somos otro para el otro. Aunque, ahí, el manejo tiene que ver con el dinero. Aparece algo de época, en el contraste entre la obra y la película: antes la palabra de los padres era sagrada, y cierta forma de respeto pasaba por no cuestionar esa palabra. No se usaba marcar lo bueno en el hijo, sino la falta, para que fuera recto. La juventud se rebela contra sí misma para poder tener su propia voz. Necesitás que nadie te diga nada; si no, no podés abrir tu brecha. Necesitás matarlos.
Tal vez sea por un destino obligado para las actrices de 50 años, o por el signo de la precariedad creativa del guionista, o por la escasa variedad de papeles para una mujer de mediana edad..., pero le vuelven las madres imprudentes, desfachatadas como la señora Finkel de La niñera, Sara en Las mantenidas sin sueños, o el monstruo que domina a su hija inválida en uno de los primeros episodios de Mujeres asesinas que se verá en su cuarta temporada. “La de La niñera era una madre de consejos terroríficos, un monstruo. La historia y el cariño de la hija salvaban al personaje”, recuerda. “Los libros eran muy graciosos, tenían situaciones muy ridículas; se presentaba mucha posibilidad de juego. Al no ser un personaje principal, podía hacerlo: no eran doce horas de grabación todos los días del año. Prefiero aceptar un mes, una invitación como la que tuve en 2006 de El tiempo no para”.
Una tarde, en su barrio, en las cercanías de la plaza Las Heras, se quedó mirando al niño de la bolsa, extraña postal de un chico improvisando un falso barrilete con una bolsita de plástico. “La hacía volar, sin ningún peligro. La madre no pudo ver la escena; sólo decía eso no. Todo lo que vos mirás o conversás se usa después en el teatro. El chico estaba viviendo una experiencia creativa. No podés ver todo y estar en todos los lugares: ésa es una de las cosas que trae la maternidad. La mirada de mi hija me vincula con otro tiempo, otra generación, con lo que ve ella u otra persona joven. Se te amplía todo: quizá eso no lo ves de otro modo.” A diario, recupera la caminata extensa, la contemplación urbana; estudia a sus “hijos e hijas” con una avidez de adaptadora: se trata de entender el signo de esta época. ¿Cuál es su linaje? Acaso se la identifique en el trasfondo de comedia aun en las situaciones más extremas; en el histrionismo exacerbado; en el desparpajo para saltar de géneros populares (ella no le temió al sketch de Matrimonios y algo más, a la sitcom en La niñera, o a una película como Las puertitas del señor López) sin que eso impidiera consagrarse como rostro fetiche de un cine autoral (a ella la eligieron reiteradamente desde Alejandro Agresti a Martín Rejtman).
–¿Cuáles son algunos rasgos de estilo que comparte una joven guardia de actores?
–¿Qué ve, por ejemplo?
–¿Tal vez menos pautados? ¿O al mismo tiempo muy apegados al yo? Quizá menos intensos.
–Si es por eso, yo también en Buenos Aires Viceversa (Agresti) hice todo el tiempo improvisación. En una cosa compositiva vos ves actuación, y te salta. Cada propuesta es la de cada película. La de Glue (Alexis Dos Santos) es “su” propuesta, no es una tendencia general.
De tanto frecuentar a sus madres se hizo conocedora profunda de sus hijos de la ficción y sus herederos profesionales. Para un catálogo de favoritos, lidera las tablas Nahuel Pérez Biscayart. “El intercambio existe –dice Mirta Busnelli–; Nahuel es raro, captura mi atención. No es previsible, tiene densidad cuando actúa; lo disfrutás, se te van los ojos, te dan ganas de mirarlo. No parece una persona de 21 años. Y a la vez es muy chico.” Tal vez el recambio esté llevando a un lugar hegemónico al registro ambivalente, inclasificable, por fuera de los dominios neutros del realismo que Mirta Busnelli viene infiltrando desde los ’80, haciendo que su máscara sea una presencia cada vez menos extravagante, ya no única, replanteando el carácter de una ficción que se desmarca de su canon de austeridad.
–Me gustan Julieta Zylberberg, Mariana Chaud, Inés Efron: son caras que uno no conoce, que te refrescan, te dan aire. Pero Cristina Banegas, Mercedes Morán, Bárbara Lombardo, me gustan mucho también. Bárbara en cine, en la película Cautiva, está acribillada por un montón de estímulos, y a pesar de eso no se va al carajo. Me gustan mucho los actores que saben pasar con versatilidad de la comedia al drama. ¿Le emocionó la obra que yo hago, Los padres terribles? ¿O para alguien de unos 30 años resulta un poco lejano?
–Tal vez sea destacable esa aplicación del registro de una comedia de puertas que se abren y se cierran a la tragedia de la madre capturada por la imagen de su hijo...
–Es muy común el temor al fracaso en una madre. No se encuentra un espacio para parar y escuchar a tus hijos. Lo dijo Shirley Mc Laine en En sus zapatos: “Yo no pude parar esta bocota”.
Si el aporte de Mirta Busnelli, como el de Banegas y Manso, es aniquilar el cliché de la buenaza, incondicional, en la telenovela y la cocina, apegada a la crianza, con disponibilidad de conflictos domésticos y, a lo sumo, cornuda, el pasaje a las sacadas es seña de la época, aunque Mirta Busnelli no lo remitiría sólo al protagónico femenino sino al clan en su integridad, atravesado por el caos, la imprevisibilidad y la violencia. “En La omisión de la familia Coleman, en Atendiendo al Señor Sloane, el tema de este momento parece ser la familia disfuncional”, dice. “¿Si la madre es el enemigo? ¿Si son casi todas brujas? Todavía mantenemos la polaridad monstruo-santa, y no salimos a ningún lado. No es ni la madrecita pura ni el monstruo: la realidad se maneja siempre en otro terreno.”